Camina sin entender mucho las cosas, sin poder hablar mucho de ellas. Pero eso es todo... él siente. Y mucho. Le falta palabras, por la inmersión del cuerpo sensible en el mundo. Tal vez, para la mayoría de la gente viendo desde afuera, Ad no podía ponerse, o mejor dicho, orientarse en el mundo. Pero, por el contrario, su cuerpo desorientado le hizo entrar aún más en sus grietas más profundas. Una encrucijada, donde los encuentros inesperados se ven como algo bello. Ad y Gabi, desorientados. Ambos, impulsados por los afectos del mundo que los guían inesperadamente. Un encuentro inesperado de lo diverso. Tal vez, las verdes y silenciosas plantas callejeras las entendieron más profundamente.

G - No es necesario hablar para decir.

Ad quería ver a Dios. Estaba buscando lejos... no sabía que estaba allí, ahora, cerca. Sólo le faltaba mirar a una hormiga, pasando entre sus pies. En lugar del gran avión que hace ruidos fuertes en el cielo. Está cerca, es, al mismo tiempo, pequeño y grandioso. Está adentro, en un mismo tiempo que está afuera. Soy yo, eres tú, es ella, es él, es ese perro, aquella pequenã hormiga, esa puesta de sol, esa ventana, esa pequeña grieta... somos nosotros. Sólo mírate con calma. Sólo míralo más de cerca. Sólo póngalo más atención.

G - Está aquí, Ad. El mundo está lleno de canales, canales abiertos. Es sólo querer entrar y ver lo que tienes ahí adentro, más hondo.

Dios se desliza por esos rincones, susurrando a los curiosos.

G - ¿Sabes ese momento en uno se siente parte del mundo, Ad? Como si fuera
capaz no sólo de verlo con los ojos, sino también de sentirse parte de él? Este momento epifánico es que hablamos tranquilamente con Dios.

Y el fuego en el pecho es tan grande, que se desborda en agua a través de los dos pequeños agujeros de colores del rostro.

G - Mira más de cerca, deja que tu cuerpo se transfunde... Dios está aquí. Dios está en las sutilezas.

Cuando absorbemos eso, siempre estará ahí.